28 de julio de 2025
En las calles, los coches arrancan, frenan y giran. En las autoescuelas, sin embargo, se percibe un silencio inquietante: faltan manos para enseñar a conducir. La demanda de alumnos crece, pero los instructores escasean. Hoy hay miles de plazas de profesor sin cubrir, y cada año la cifra aumenta.
No es solo un problema de números. Es un problema estructural. Las jubilaciones se acumulan sin que lleguen suficientes nuevos instructores. Los cursos de formación para ser profesor son largos y exigentes, con un alto coste de tiempo y dinero, lo que hace que muchos jóvenes busquen empleos más rápidos y mejor remunerados. Las condiciones laborales, además, no siempre son atractivas: contratos parciales, presión constante de horarios y la responsabilidad de manejar la seguridad de otros genera desgaste.
La consecuencia es clara: las autoescuelas tienen alumnos, vehículos y sed de formación, pero no hay suficientes docentes para cubrir la demanda. Esto provoca retrasos en el inicio de las prácticas, sobrecarga de trabajo para los pocos instructores disponibles y un efecto dominó en toda la planificación de los centros. Las listas de espera se alargan, la motivación de los alumnos se erosiona y algunas autoescuelas se ven obligadas a limitar la matrícula, perdiendo negocio y competitividad.
En comunidades como Galicia, Aragón o Baleares, los testimonios de los centros son unánimes: “Tenemos vehículos, tenemos alumnos, pero nos faltan instructores. Esto bloquea todo el sistema”. La escasez es tal que se han puesto en marcha programas de formación acelerada, pero la capacidad de absorber la demanda sigue siendo insuficiente frente a un mercado que no deja de crecer.
La paradoja es evidente: nunca hubo tanta necesidad de movilidad, de rapidez, de formación flexible. Sin embargo, el sector que debería garantizarla carece de los recursos humanos básicos. Las autoescuelas luchan por mantener horarios, flotas y motivación, mientras los instructores brillan por su ausencia.
¿La salida? Cambiar la narrativa. Hacer visible la profesión de profesor de autoescuela, ofrecer formación ágil y accesible, mejorar condiciones laborales y reconocer el valor social de la tarea: formar conductores responsables es mucho más que enseñar a pisar el embrague. Es seguridad vial, es independencia, es futuro.
Mientras el relevo no llega, las autoescuelas deben liderar desde la innovación: digitalizar agendas, acompañar al alumno y optimizar recursos. Porque sin profesores, no hay enseñanza; y sin enseñanza, no hay conducción segura.