16 de junio de 2025
En España, sacarse el carné de conducir se ha convertido en una carrera de fondo… y no precisamente en la carretera. El verdadero obstáculo ya no es aprobar el teórico ni dominar la marcha atrás en pendiente: es conseguir fecha para el práctico, todo debido a la escasez de examinadores.
Más de 300.000 alumnos están hoy en listas de espera. En ciudades como Barcelona, el retraso puede superar los seis meses. En provincias como Cádiz o Córdoba, los aspirantes se cuentan por miles, y en Valladolid se habla de una odisea de casi tres meses. El denominador común es siempre el mismo: faltan examinadores.
El problema no es nuevo, pero sí cada vez más visible. Se jubilan profesionales, las plantillas no se refuerzan y las normativas europeas han reducido el número de pruebas diarias que puede hacer cada examinador. Resultado: una maquinaria administrativa que no da abasto, mientras miles de jóvenes posponen su autonomía personal, sus proyectos laborales y, en muchos casos, su primer empleo.
Las autoescuelas, en medio de este escenario, se encuentran atrapadas en una paradoja. Forman a alumnos que están listos para examinarse, pero no pueden darles salida. Mantienen sus flotas y a sus profesores ocupados, pero sin poder capitalizar el esfuerzo. Y al final, la frustración del alumno se convierte también en frustración empresarial.
La solución que se plantea desde el sector pasa por un modelo mixto: incorporar examinadores externos bajo supervisión de la DGT, como ya ocurre en países como Portugal. Mientras tanto, las autoescuelas deben reinventar su relación con los alumnos: informar con transparencia, acompañar durante la espera y digitalizar la gestión para que, al menos, el tiempo que se pierde fuera no se multiplique dentro.
Porque en un mercado donde los jóvenes lo organizan todo desde el móvil —clases, pagos, reservas— la diferencia no la marca solo el número de exámenes disponibles. La marca la experiencia. Y ahí es donde entra la tecnología: transformar la frustración de la espera en confianza, agilidad y profesionalidad.
El carné de conducir debería ser una puerta abierta a la movilidad, no un muro burocrático. Mientras el sistema se decide a modernizarse, corresponde a las autoescuelas liderar el cambio desde su propia trinchera digital.